Loba ibérica (Canis lupus signatus) recorriendo por enésima vez su jaulón del Zoo de Barcelona |
Lucyan David Mech publicó un libro en 1970 titulado El Lobo. Ecología y comportamiento de una especie en extinción, en el que relataba sus conclusiones tras estudiar una manada de lobos en cautividad. Aquel libro relataba que entre los admirados/temidos/mitificados lobos la estructura social se basaba en la fuerza y ferocidad de un líder súper-poderoso (bautizado como macho alfa), al que a veces acompañaba una hembra igualmente feroz (la hembra alfa) que con colmillo de hierro se defendían de los intentos de usurpación de liderazgo planeados por los lobos segundones -lobos denominados beta, omega...- que debían mostrar sumisión con variadas poses corporales. A la hora de comer, el macho dominante se hartaba primero y luego, si algo sobraba, se alimentaban la hembra y los subordinados.
Aquellas conclusiones fueron auténtica agua de mayo para muchos. Si en la naturaleza salvaje, de la que todas venimos, la vida se construye así, sólo había que traspasar las interpretaciones de Mech a nuestra visión de la vida humana para justificarlo todo: hay líderes y subordinados, los machos fuertes y agresivos son los que han de mandar, el que tiene la fuerza (o el dinero, o el poder) es el que naturalmente debe liderar... Y toda la cultura y culturilla se fue empapando de aquellas teorías de la dominancia y el liderazgo que tan bien venían para justificar los puntos duros de la economía de mercado y el eterno patriarcado, con momentos álgidos tan populares como, por ejemplo... El Rey León.
Pues el señor Mech después de publicar aquel libro siguió estudiando lobas y lobos en diversos lugares del mundo. Y llegó a otras conclusiones muy diferentes. Ahora, cada vez que alguien habla del macho Alfa, a Mech le da un mal. E intenta por todos los medios enmendar lo que escribió y que no se publique más aquel libro (que se sigue reeditando, pese a todo).
Mech, además de otras investigadoras y divulgadoras en las últimas décadas, habla ahora de grupos familiares donde los lobos que tienen crías y cazan para alimentar a sus crías, y las cuidan y las protegen, son los que llevan la batuta, porque lo contrario -que los cachorros cazaran para alimentar a sus padres, etcétera-no concuerda con lo que se ve en la naturaleza. Cuando las crías tienen un par de añitos o bien se van a fundar otra familia o bien se quedan con sus papis para ayudar en la crianza de futuros hermanos o hermanas (esta ayuda la libran mayoritariamente las hijas lobas pero también se ha observado en hijos lobo). No hay lucha y competición por detentar el poder de la manada, no hay demostraciones de fuerza bruta...hay organización familiar.
¿Y qué pasa con lo de comer? Pues si hay mucha comida, come toda la lobada a la vez, pero si es más escasa, se alimenta primero la hembra que está criando, para poder regurgitar la comida a sus crías. Y en cuanto a las decisiones importantes del estilo de cómo, cuándo y dónde cazar o elección de la madriguera de cría, pues las toma generalmente la loba reproductora.
El mito del macho alfa al que todos se subordinan se ha ido desmoronando con la observación de lo que pasa en el campo. Es más, si hay crueldad y dominio insoportable por parte de uno de los progenitores, éste puede ser expulsado o eliminado por su propia manada. Es decir, la dominancia se castiga duramente, como explica Elli H. Radinger en su precioso libro La sabiduría de los lobos.
Y aún otro apunte; cuanto más se estudia a las lobas -o a cualquier otro animal-, más a menudo se comprueba la variabilidad de comportamientos entre individuos. Es decir, las lobas no son máquinas que repiten impulsos instintivos, si no que son seres únicos pulidos por circunstancias particulares y que responden de maneras diferentes ante situaciones similares, según su experiencia, carácter o inclinaciones. Vamos, lo que todo el mundo sabe. O si no que le pregunten a la dueña de una perra si su perra es como las demás perras.
La manada que Mech estudió en los años sesenta era un grupo de lobos que provenían de distintos zoológicos y que fueron observados en condiciones de cautiverio. El estrés producido por estas circunstancias provocó en aquellos lobos conductas poco habituales en animales libres. Mech lo supo después, pero lo que escribió entonces ha calado durante décadas porque daba un tinte natural -es decir, inevitable- a comportamientos recompensados por determinada organización social.
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