No volver a la normalidad

Estamos en un momento poco normal. Nos encontramos detenidos. Físicamente incomunicados. Si salimos a la calle es de forma huidiza. No podemos despedirnos de nuestros muertos. No podemos abrazar a los amigos. No podemos huir del maltratador. Los niños viven días sin sol, sin juego con iguales, sin enfrentarse al reto del “ahí fuera”.

Por otro lado el aire es más limpio, el ambiente más silencioso y se oyen nítidamente los cantos de los pájaros y las voces de los vecinos del otro lado de la calle. Se ven más estrellas y menos estelas de aviones desde los refugios anti virus en los que se han convertido nuestras casas. Pasamos largas horas con nuestros hijos en las que la prisa ya no determina el ritmo.


Aún así, incluso mirándolo todo desde una óptica positiva, las cosas buenas que nos haya traído el virus y su gestión pierden por goleada ante las consecuencias negativas. No hace falta enumerarlas. Por muy bien que huela el aire de las grandes ciudades.


Cuando salgamos del confinamiento se querrá “volver a la normalidad” rápidamente. Pero ha sido nuestra “normalidad” la que ha traído el virus y la gestión que se ha hecho de él.


Porque lo “normal” era que la sanidad estuviera al borde del colapso antes del colapso, después de años de recortes y campañas de desprestigio; lo “normal” era que alimentos y bienes de consumo vinieran de la otra punta del planeta contaminando el aire y cambiando el clima; lo normal era aceptar que las fábricas de productos básicos (ropa, mascarillas, respiradores, juguetes, zapatos...) hubieran sido trasladadas a países sin apenas derechos laborales - e incluso presencia de esclavitud- porque así “se abaratan costes” y porque, pese a todo, "es perfectamente legal". 


Lo “normal” era que las madres y los padres no pudieran dedicar tiempo a sus hijas e hijos porque ambos debían dedicarse a ganar dinero para pagar la casa y la alimentación, el dentista, las extraescolares, el comedor... Lo “normal” era la asunción mayoritaria por parte de las mujeres de la carga de cuidados y gestión de hogares, infancia y dependientes.


Lo “normal” era la mala gestión y el hacinamiento de las residencias de ancianos. Lo “normal” era que los refugiados sirios en Turquía cosieran prendas para multinacionales españolas. Lo “normal” era que los refugiados murieran a miles en el Mediterráneo. Lo “normal” era que el año pasado murieran casi 700 personas en accidentes de trabajo en España, que 55 mujeres fueran asesinadas por compañeros (o excompañeros) de vida y que más de 2000 fueran violadas.


¿Y cuando salgamos del confinamiento? Lo "normal" será que echemos la culpa a un Gobierno,o Govern o Jaurlaritza, y probablemente dibujemos a China como el gran país culpable, de la misma manera que ahora la culpa de la propagación del virus la tienen los niños, los sin techo que no tienen techo bajo el que confinarse y los madrileños que se van a la playa. Lo "normal" será que echemos culpas. Que escampemos resentimiento y odio. Lo "normal" será que el odio traiga más miedo y puede que violencia, entre las gentes, los países...Lo "normal" también será que olvidemos estos días extraordinarios metidos de lleno en la vorágine de otra crisis. 


Lo normal sería eso. Es lo que hemos hecho casi siempre.


Acabemos con lo normal. Confiemos. Colaboremos. Responsabilicémosnos. En todas las situaciones tenemos 
un papel: podemos quejarnos, bloquearnos, llorar, actuar en contra, actuar a favor, actuar junto con.


Decidamos no herir. No culpar ciegamente. No interrumpir. Hagamos que las cosas fluyan, no perdamos el tiempo en señalar al de al lado ni al que está lejos. Animémosnos a trabajar codo con codo, a no aceptar lo que no nos guste pero a la vez sonriendo al valor y disculpando la cobardía. Trabajemos para hacer algo nuevo. 


Ahora hay (y probablemente volverá a haber) un virus que genera dolor, miedo e incertidumbre. Algo minúsculo, invisible, presente desde que el tiempo era tiempo. Algo incontrolable. Sólo somos nosotros los que podemos enfocar los problemas de una manera u otra. Elegir el miedo y la culpa o el coraje y la responsabilidad. La dureza o la ternura. El amor o el rechazo.


Elijamos no volver a la normalidad. Que esta situación tan poco prevista en nuestras ciudades y pueblos adormecidos por el vaivén del vagón de cola del Primer Mundo se convierta que una palanca que nos aúpe a una sociedad enfocada en lo humano y no en el porcentaje de beneficio. 


Elijamos.

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